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Males que aquejan al escritor (una interpretación personal). 8 y 9 (Última entrega).

Mafias

Me parece idóneo y natural que haya escritores interesados en la mafia.

Más aún que lleven este interés al fondo mismo del endoesqueleto y se les mezcle con la médula ósea. Pienso que esa es la parte más importante porque si se les queda en los músculos o en lo blandito, el interés permanecerá como una mera afición (feliz pero estéril) que no moverá ningún tipo de montaña o navío y carecerá del poder gravitatorio que pegará a los escritores a la silla de trabajo.

Por ejemplo:

Cuando un joven escritor fascinado por la mafia se lo tomó en serio, comenzó por lo más obvio, que en su caso fue investigar la etimología de la palabra mafia. Así aprendió que este vocablo proviene, según casi todos los estudiosos, del árabe. A partir de ahí, el joven escritor se dejó las pestañas, cierta firmeza de los glúteos y moderadas muestras de saliva en la esquina inferior derecha de las hojas de los libros sobre el tema. Asimismo, coleccionó todos los cómics pertinentes. También se quedó miope de tanto mirar Los Soprano (o eso quiso creer)  y la trilogía El Padrino (lo que derivó en una sincera afición por el cine de Ford Coppola y su hija Sofía, aunque siempre la reconoció como un entretenimiento saludable). Hizo de Roberto Saviano su héroe personal. También vio Gomorra en el cine y abandonó la sala excitado y afligido. Aprendió italiano en una escuela de idiomas cercana a su casa y probó las duras mieles de la autodisciplina con la lengua albanesa y sus refranes. Por supuesto, no dejó de leer a Saint-Exupéry, a Twain, a London, a Poe, a Cervantes, de la Cruz, Rulfo, Borges, Cortázar, Faulkner, Darío, Mistral, Neruda (porque así son las cosas), Villaurrutia, Pizarnik, Paz, Bolaño, Fogwill, Mishima, Apollinaire, Woolf, Piglia, el valiente Reinaldo, Curtis Garland, a Whitman, a Aira y cuanta novela policiaca encontró en la biblioteca. Y otros, los demás. Desordenado y como lo fue descubriendo y aunque claramente la mafia no estaba a simple vista siempre presente, en el fondo brillante, blanco, aglutinante sí lo estuvo: las ganas, el estilo, la vida. El tiempo que se piensa infinito o insuficiente a golpe de tecla, la confianza variable, la necedad de soldado.

El joven escritor solicitó la obtención de una beca para la creación artística, categoría literatura. Le fue negada. Pero sigue intentando -a modo de alegría anual y hábito de formal esperanza- obtenerla.

Otros 

Hasta ahora, he encontrado sólo dos maneras de abordar este asunto de la escritura:

  1. Leyendo, despedazando algo que está dentro y lamiéndolo con lengua de gato. Desbaratar como ritual perpetuo. Disciplina militar plegable. Invertir en al menos un buen diccionario de sinónimos y antónimos y acceder a él como quien lee Rayuela.
  2. No la conozco.

 

 

Persecución, ideología, indiferencia, carestía, incomprensión, analfabetismo, sectarismo, canibalismo, oportunismo, influyentismo, mafias, otros.

 

 

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Males que aquejan al escritor (una interpretación personal). Sexta y séptima entregas.

Canibalismo

La legítima preocupación colectiva por “no poder comer de la literatura” siempre me ha parecido muy extraña. Es como si algunos escritores no  acabaran de entender de qué está hecha su propia carne o no supieran que el idioma es rico en metáforas caníbales.

Quizá se trate únicamente de un pequeño error de vocabulario y de época: con el pago del alquiler y la rapidez de los tiempos, es fácil confundir palabras de un mismo campo semántico. Por ejemplo: “comer” y “alimentar”.

Oportunismo, influyentismo

De buenas a primeras, me niego siempre a pensar en ciertos escritores que me gustan como vedettes de algún tipo de poder.

Si algún día la veracidad histórica y/o periodística resultaran ineludibles, optaría por concentrarme únicamente en los textos y en olvidar, durante el tiempo que dure la lectura, en que tal vez  el cancán tuvo algo que ver con que esas obras maravillosas o con cierto no sé qué que qué se yo puedan estar ahora en mis manos.

Sin embargo, la mayor parte de las veces que he merodeado la biografía de mis héroes literarios en Google, resulta que fueron gente más bien encerrada en su casa o con muy poco talento para el ejercicio de la política en la más terrible de sus acepciones.

Entonces formulo la dudosa teoría de que el gran talento artístico está reñido con la  maldad y me siento bien.

*

Tratamiento de las ideas ingeniosas que acuden cuando uno está lejos del escritorio (y no pueden ser pasadas por alto):

  • Verificar si se ha metido lápiz y papel en la mochila.
  • Si no se cuenta con medios de escritura tradicional (los anteriormente citados) palparse el bolsillo para averiguar si su smartphone no se ha quedado en casa o no ha sido abducido durante su paseo. Si ha tiene suerte con éste último artilugio, puede elegir una de dos opciones:
  1. Utilizar la app ‘notas’ con la esperanza de aprovechar la idea algún día.
  2. Escribir un tuit y sepa que sus 140 caracteres monterrosianos ser perderán en la infinita e irremediable brevedad del timeline.
  • Si  tampoco dispone de medios de escritura electrónicos, ejercite la memoria.
    Le propongo empezar con esta frase: la oportunidad verbal, si no es sujetada, puede comportarse como el señor que salió a comprar cigarros y no volvió nunca. 

Persecución, ideología, indiferencia, carestía, incomprensión, analfabetismo, sectarismo, canibalismo, oportunismo, influyentismo, mafias, otros.
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MALES QUE AQUEJAN AL ESCRITOR (UNA INTERPRETACIÓN PERSONAL). QUINTA ENTREGA.

Analfabetismo, sectarismo

La otra tarde S. declaró que le gusta cómo hablo.

Lo ha dicho más de una vez.

Naturalmente, a mí me entusiasma que pequeñas unidades de sintaxis que voy transpirando sobre la marcha (y que encima son sinceras y verosímiles como “quiero vivir en esta esquina de tu boca” o  “esta curva de acá es tu país”) contengan el potencial de acercarme a otro ser humano; quiero decir: más allá de lo que uno es capaz de aproximarse con cualquier parte más o menos dura del cuerpo.

(De pronto he recordado El cuento de nunca acabar de Carmen Martín Gaite, que explora la tragicómica bola de estambre que es la narración amorosa: la persuasión, el reclamo del otro mediante el discurso y el arte de la elocuencia que podría suponer, si las cosas salen bien, la ascensión de los amantes “hacia ese séptimo cielo” de duración imprevisible.

Si bien C.M.G. utiliza en este espléndido ensayo una lúdica imagen de Petrarca muriéndose de amor y ensimismamiento al componer un poema que un inoportuno amigo suyo juzgará de exagerado (anda, Francesco, que esa morra te vale más bien madre –le dirá el amigo que a efectos de este párrafo es mexicano y no italiano ni español-) para hablar sobre la veracidad del discurso y su independencia respecto al apego biográfico, de ninguna manera restringe la narración amorosa al terreno de lo literario y sus labradores).

 

Ahora: generalizo a partir de mi propia experiencia y sin empacho

La literatura es también el espectáculo de la soledad.

Uno se da cuenta de ello desde sus primeras lecturas.

A mi madre, por ejemplo, le angustiaba mucho que yo pasara las tardes hojeando libros. Sal a jugar, me decía.

Supongo que la premonición de una vida poco acompañada para su descendiente la hacía olvidarse de que no contábamos con ningún vecinito apropiado y de que ella aún no había tenido más hijos. Y, para el caso, yo me sentía más cómoda memorizando las capitales africanas o leyendo las aventuras de  el cid que pateando una pelota de futbol contra la pared, haciendo de mi soledad algo evidente para los peatones.

Así, cuando la vocación por la escritura emerge del cuerpo infantil (casi siempre ocurre a esa edad, me parece) uno ya intuye lo que le espera.

La decisión por la palabra me ha acercado a algunos seres concretos pero me ha alejado de casi todo lo demás.

Los escritores que conozco suelen ser pésimos publirrelacionistas y carecer de empatía social desde lo todavía funcional hasta lo grave y lo verdaderamente trágico.

Por supuesto, hay excepciones aparentes: la otra noche quedé embelesada por la elocuencia de Juan Villoro en un acto en Casa América, aquí en Barcelona. Un verdadero maestro de la conversación, el sentido del humor y la coherencia.

Luego pensé en lo que se cuenta sobre el hermetismo de Juan Rulfo y me alegró mucho que otra vez se confirmara, en mi cabeza, la generalización (soy de fácil alegría).

Villoro comentó, entre otras cosas también alegres, que su horario de trabajo es bastante bancario y va de las ocho de la mañana a las dos de la tarde, más o menos.

Hasta él experimenta la soledad al menos seis horas diarias.

 

Una idea: la soledad es el puente que une a escritores y lectores.

A S. le gusta mucho cómo hablo.

No sé todavía si ha leído algo que yo haya escrito, pero me encuentro ideando alguna disculpa por no dedicarme al circo, a la música o al periodismo bonzo, porque el acto de escribir así nomás es solitario y aburrido y necesito hacerlo en el cuarto de al lado, donde nadie me vea.


Otra idea: comprendo profundamente a los escritores que deciden agruparse en generaciones literarias y bautizarlas con nombres chistosos; también a los integrantes de clubs de lectura de todo el mundo.

 

 

 

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males que aquejan al escritor (una interpretación personal). cuarta entrega.

Incomprensión

I.
En cierto sentido, la literatura y su proceso son el gran relato y el performance de la incomprensión.

No se me ocurre un solo personaje literario, obra o escritor que no haya sido -en mayor o menor medida, para bien o para mal- un auténtico incomprendido.

Otra imagen que me viene a la mente es la del lector que se queda con la sensación de no haber vislumbrado en su totalidad el significado del texto sobre el que recién rodó los ojos, y que  encuentra en lo que no se escribe fascinación, congoja, irritación o empatía a un nivel que no suele ser verbalizable de buenas a primeras.

En un arrebato de simplificación y alegría, yo también me atrevo a suponer que este es el origen de la teoría literaria, que con sus más de veinte siglos de historia no ha logrado todavía resolver algo que, utilizando todas las combinaciones de letras permitidas o posibles, narra una situación o conforma una imagen que no develarán ese algo, pero hará posible que sea intuido.

En realidad no creo que, muy en el fondo, la teoría de la literatura se proponga cumplir con ese horrible objetivo. Pero pareciera que en este mundo estamos obligados a justificarlo todo.

II.

Escritor: ser que asume su propia incomprensión y la del mundo como la única forma de vida tolerable y, en un intento casi siempre fallido, la alfabetiza.

(Que el futuro libre a los buenos escritores de conseguirlo alguna vez).

III.

El escritor español Antonio Masóliver me sugirió, tras elogiar brevísimamente el extrañamiento en uno de mis textos, procurar tener al menos un lector (para asegurarme de que lo que escribo se entienda).

IV

La incomprensión y la mediocridad en literatura no son lo mismo ni se parecen.

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Males que aquejan al escritor (una interpretación personal). Tercera entrega.

Indiferencia y carestía

1) APUNTES

Ensayemos una definición:

La literatura es la manera en que el escritor se las arregla, mediante el lenguaje y en pos de una obra más o menos coherente, con las obsesiones que le han sido dadas por la inutilidad del universo.

(Como ocurre con la luz del sol, que ahí ha estado y se han hecho con ella unas cuantas cosas).

Ensayemos lo demás:

Las obsesiones del escritor suelen ser poquísimas. Si es un buen espécimen, no serán más de tres.  Por ejemplo: a Robert Walser le interesaban mucho la servidumbre, el teatro y las voces de su cabeza. Si en cambio hablamos de un genio, es probable que no supere el par de angustias constantes (que agruparán a todo lo demás). Se me ocurre Borges: la multiplicidad y el infinito.

Está claro que la parquedad obsesiva enriquece la baraja temática de un escritor. Sin embargo, y si bien el límite de temas abordados es menos estricto que el menú de obsesiones, el repertorio tampoco suele ser tan abundante.

Siguiendo en la línea de los buenos escritores:

La obras completas de fulano de tal se relacionarán  entre sí más allá de cualquier intención estética o ideológica que este autor haya podido prever en su artístico cerebro.

Por más allá se entiende más hacia el fondo. Por más hacia el fondo se entiende que nos adentramos en el terreno de la intuición:

Fulano (el de las obras completas) intuye el fondo de su obra mientras permanece ocupado en otra cosa. Por ejemplo, en la literatura de los otros, el placer en alguna de sus variantes y la relación entre sí mismo y las palabras con la maldad del mundo, la tristeza finita,  los cuerpos mutilados, los canibalismos imposibles…

En todo esto interviene otra vez la apatía universal.

2) ANÉCDOTA

Un escritor con más horas de trabajo que lectores. Un escritor con más horas de trabajo que vida.

Persecución, ideología, indiferencia, carestía, incomprensión, analfabetismo, sectarismo, canibalismo, oportunismo, influyentismo, mafias, otros.

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Males que aquejan al escritor (una interpretación personal). Segunda entrega.

Ideología

Sur de Veracruz, el cielo oscuro, hace diecinueve años.

Apareció una muda de piel de serpiente en el patio de mi casa.  Si bien somos gente de provincia y en los noventa la calle de enfrente no estaba aún pavimentada (y crecía un monte tupido y amenazador), en mi familia no teníamos machetes ni sabíamos muy bien cómo reaccionar ante la posibilidad de un demonio rastrero que no descansaría hasta picarnos a traición mientras dormíamos.

Mis tíos acudieron en nuestro auxilio y junto con mi padre conformaron un escuadrón de búsqueda y captura. Las mujeres se quedaron dentro con la niña, entonces una pequeña yo de siete inviernos.

Creo que me metieron los pies en unas bolsas de plástico. ¿O me subieron a mi cuarto? No recuerdo ese detalle. Tal vez fueron las dos cosas.

Lo que sí tengo presente es la angustia que me ató los pulmones y la lengua de hielo que me recorrió la espina dorsal, así como el llanto por pensar en la hecatombe hecha reptil que había venido a destruir el orden de las cosas.

Ya nunca volvería a la escuela ni jugaría otra vez con mi mejor amiga ni vería la película de los ponis, mucho menos crecería para ir a la universidad y volverme adulto, mi padre moriría devorado por la serpiente y mi madre también de tristeza. Entonces sería huérfana y me adoptarían mis abuelos que también morirían porque eran viejitos; y mi tía la que se había casado con un francés no volvería sus ojos a mi sangre, y algún hombre con gabardina vendería la casa o directamente la destruiría un terremoto y todo se iría a la chingada.

Empaquetaré la compra de las señoras en el supermercado para sobrevivir. No tiene nada de malo, es un trabajo digno, pero no te mueras, papá, por favor no te mueras, encuentra a la víbora y mátala y seamos otra vez felices.

La serpiente no apareció. Sin embargo, la vida siguió siendo.

 

Barcelona, marzo 2012.

Jamás he manifestado un especial interés científico o metódico por la biología, más allá del sobrecogimiento que unas hormigas bien organizadas, las enormes orejas de un elefante o la manera en que una perra lame a sus crías insuflan en las gentes sensibles, normalmente hasta dejarlas nadando en lágrimas o con una sonrisa humilde en los labios. Pero a veces leo.

Esta mañana, por ejemplo, leí que entre los motivos que tienen las serpientes para cambiar de piel están crecer, liberarse de parásitos y curarse heridas. Además, lo hacen en una sola sesión y en una sola pieza. No se rasgan innecesariamente ni se rompen nada que traicione su serpientialidad. Realizan el proceso con la frecuencia que les parece necesaria y sin dar mayores explicaciones.

Creo haber entendido que las serpientes no van por ahí ufanándose de sus asuntos epidérmicos ni de sus conclusiones cutáneas. Benditas serpientes que no hacen discurso. Pero que hacen. Y se salvan de padres de familia furiosos y de proles histéricas.

Afortunado orden de saurópsidos diápsidos, peregrinos que sobreviven al status quo.

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Males que aquejan al escritor (una interpretación personal). Primera entrega.

Persecución

Ciudad de México, 5:25 am, interior de un taxi.

Destino: embajada españolaAprobaron mi visa de estudiante y pedí el día libre en la oficina para ir a recogerla. Hay que llegar temprano porque la gente se amontona y pocas cosas son tan aburridas como esperar con hambre y frío.

Pienso que gran parte del mal humor se nos forja en las salas de espera que habitamos durante la vida (aunque en realidad esta es una banqueta de espera en la colonia Polanco). No sé.

Me voy a Barcelona a escribir. Me voy un año a no rendirle cuentas a nadie más que a la novela que traigo en la cabeza. Me voy a hacer ficción. En serio. Y tengo ganas de alejarme un rato, tomar perspectiva. Me lo puedo permitir. He jugado con la idea del exilio, pero son unas vacaciones. Jamás he dejado de tenerlo en mente. Me lo repito todo el tiempo.

El taxista me pregunta si me molesta que encienda la radio. Le pido que por favor lo haga.

Somos expertos en ficción. Más aquí que en otros sitios. El presidente, por ejemplo, es un gran modelo de ficciómata maniqueísta, un entusiasta del bien muy bueno y del mal muy malo. (Su problema es que la coherencia interna del relato no se le sostiene y se le escurre fangosa entre los dedos). Otro ejemplo es el resto de la gente.

A mis compañeros de la universidad y a mí nos pasó, más o menos, a la mitad de la carrera. Es verdad: no a todos. Algunos renunciaron a tiempo y cerraron sus cuentas de Facebook. Tampoco tienen Twitter. Pero de ellos no sé casi nada. Me gustaría saber.

La ficción se convirtió de un tiempo para acá en el espacio más cómodo. No siempre fue así. Pero ahora es así. Aquí. En mi cabeza. Es el prado de los cobardes. El ejido de los muñecos caprichosos. La zona de los payasos tristes que sabemos mucho o sabemos poco pero todo lo sentimos muy seriamente aunque nos dé risa.

Nadie va a perseguirme. Me podrán señalar. Quiero que me señalen, sí. Para mal y para bien. Pero no van a perseguirme. No a nosotros. No a mí por escribir una novela. Esta novela. No a mí por inventar una historia aunque entre líneas se asome un segundo relato. Porque es un relato que interpela a las raíces que siempre han estado ahí y que hoy siguen alimentándonos; las raíces que nutrirán a mi descendencia o a los hijos de mis hermanos y a la prole de la más tetona de mi prepa hasta el fin de los tiempos.

No se trata de una acusación con nombre y apellido. Es un juego. Un juego serio que me devora las entrañas, que me llena los pulmones de humus de periódico. A lo que huele sabe. Y me hace feliz. Este asunto de la gramática y de la historia secreta que decía Piglia me pone muy contenta. Pero la historia evidente también tiene su chiste. Armarla. Cuándo, puta madre, cuándo las letras se me volvieron cuestión de felicidad. Tanta pinche alegría. Cuándo escribir fue otra cosa. Nunca ha sido para mí otra cosa.

El taxista prendió la radio y dieron esta noticia:

dos periodistas aparecen muertas en iztapalapa asesinadas sus cuerpos estaban desnudos pies y manos atados la procuraduría general de justicia dijo salieron de la oficina a las diez de la noche luego ya no supieron nada estamos esperando la investigación van a evitar la impunidad un día en ginebra dicen los que saben que méxico es el país más peligroso para ejercer el periodismo


No conozco la obra de los más jóvenes; pero siempre los imagino escribiendo desde la persecución, o en la montaña, bajo las balas o bajo las estrellas, y los admiro

Yo también, maestro Monterroso, los admiro infinitamente.


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Sobre las obras (casi) completas del mono binario

Lo que me inquieta de los científicos es su talento para echar por tierra cosas que alguna vez me parecieron maravillosamente indescifrables y cambiármelas por otras.

Compréndanme: mi alma fue educada en la agridulce miel de las dicotomías –sáfico almíbar, por aquello de bittersweet, sly, uncontrollable creature…– y, aunque suele rebelarse ante ellas, de repente se irrita cuando ese malévolo grupo de genios sin rostro se inmiscuye en asuntos que en principio no deberían corresponderle (este principio, obsoletísimo, aún es capaz de hinchar fibras escondidas en las más oscuras profundidades de algunos desdichados).

Pero bueno, lo cierto es que si el entrometido científico resulta ser un geek amante de los monos y fan de Los Simpson, como yo, casi seguramente[1] le perdonaré cualquier desliz.

En el estado de Nevada, de nombre tan poético y blanquecino, el programador Jesse Anderson consiguió hace unos días materializar el clásico teorema de los monos infinitos[2], motivado por un capítulo de Los Simpson, según cuenta.

La proeza –y rapidez- de Anderson consiste en que sus monos escritores son digitales, no unos chimpancés escatológicos incapaces de apreciar un teclado de computadora, y en que el algoritmo utilizado es un tanto permisivo con ellos. Sin embargo, ya lograron reproducir A lover’s Complaint de Shakespeare tocando únicamente las cuerdas del azar… y se les puede acusar de todo menos de plagio (diría yo que incluso hay que aplaudirles).

He de admitir que estos simios hijos de puta, redentores del alma del artista, son fantásticos por muchas razones, pero  mencionaré únicamente dos.

La primera es que son la mejor versión posible de los grandes creadores del siglo XX –y de toda época sucedida o venidera- puesto que su procedimiento de creación, ilimitado porque un mono infinito no muere, permite que las obras emanen solas del azar más puro (he leído a un tal Aésar Cira al que la idea le entusiasmaría locamente), liberando así a los tristes escritores de una vida de sufrimientos artísticos pero innecesarios: el escritor podría olvidarse de escribir porque eventualmente los monos digitales darán con el libro o antilibro que tenía pensado.

Pero, si quiere seguir escribiendo a pesar de que su obra terminará brotando de la casi nada, tendrá entonces la posibilidad de engolosinarse con el proceso de creación, pero sin dedicarle demasiados manifiestos ideológicos porque, al final de su historia, cuando él ya no exista y sólo queden las obras para hablar de algo, el futuro lector[3] no podrá distinguir del texto parido mientras el escritor reía, lloraba o se rascaba la entrepierna, del texto concebido por la bondadosa generalidad de un algoritmo omnipresente y eterno, que para entonces ya estará mejoradísimo.

El segundo acierto de los monos binarios, y si acaso su más grande aportación a la historia de las letras, estará en relegar la prosopopeya al cajón de los recuerdos. O, si tienen corazón –yo no lo dudo- le dejarán vivir como una curiosidad, acaso un guiño entre simios,  que de todos modos la benevolencia de su algoritmo sacará a la luz de vez en cuando, las veces que el limitado alfabeto y sus combinaciones posibles lo permitan.

Me pregunto, ¿alguien recuerda cómo se llama la figura retórica mediante la cual objetos inanimados con apariencia animal conceden voz a los humanos?


[1] Casi seguramente. <Xn) converge de forma casi segura a una variable aleatoria límite X cuando el conjunto de sucesos ω tales que X(ω) es el límite de la sucesión (Xn(ω)) tiene probabilidad 1>>.      Confieso que cito a Wikipedia pero he tenido la prudencia de meter la cabeza en una bolsa de papel antes de hacerlo público. El objetivo es justificar ante mí misma el uso de una frase fonéticamente desgraciada que, en lenguaje científico, significa “no importa lo que usted opine, los monos escritores, dándoles el suficiente tiempo, tienen una probabilidad del cien por ciento de ser tan buenos como Cervantes, Netzahualcóyotl y usted juntos y separados”.

[2] Incómoda sentencia matemática que imagina a un mono aporreando un teclado durante un periodo de tiempo infinito y, como resultado del azar, reproduciendo cualquier libro que el mundo haya escrito con una probabilidad del cien por ciento. Como no soy muy buena para los porcentajes, me costó entender que la profecía predice también que los monos escritores podrían redactar obras que aún no han sido, siquiera, pensadas.

[3] El fatídico día en que los monos hayan escrito todo lo posible en todos los alfabetos existentes, tal vez sea el lector quien asuma el papel de creador. Y digo “tal vez” porque ignoro si en esos utópicos tiempos quedará un ser humano vivo, al menos como ahora los conocemos.

Máster en Creación Literaria. Ejercicio: réplica al ensayo ‘Por una nueva escritura’ de César Aira. Curso: Ensayo y No Ficción. Profesor: Domingo Ródenas. Universidad Pompeu Fabra.


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Una teoría personal de hilos y cuerdas

1/3

La literatura se sostiene a través de cuerdas.

Me parece natural imaginarlo así. Tengo tanto derecho como las Moiras a obsesionarme con hilos de vida o muerte, de amor u odio, y tanta necesidad como los físicos teóricos de suponer un universo filamentoso en el que toda materia nace de la vibración.

Nuestra cuerda originaria es, por supuesto, el cordón umbilical.

Yo no hablo por otros humanos (no puedo) pero últimamente pienso que la impronta de iniciar la experiencia nerviosa unidos al mundo por una cuerda jamás nos abandona. Estamos imposibilitados para recordarla, pero nunca nos abandona.

A los homínidos siempre nos gustaron las cuerdas y si nosotros bajamos de los árboles por el propio pie, no significa que la añoranza por la cuerda original desapareciese.

Incluso para unirnos tendemos lazos, nos preocupa fortalecerlos y mantenerlos (a veces con los vivos, otras con los muertos, algunas más con seres u objetos inconfesables). Y cuando los rompemos, o cuando la Moira nos los corta, es siempre un acontecimiento.

Los físicos teóricos también hablan de lazos cuando hablan de cuerdas. La intertextualidad literaria es filamentosa.

Leer y escribir es, para mí, la principal manera en que puedo paliar la angustia original de perder el primer lazo orgánico con el mundo. Es la añoranza de una satisfacción total que será por siempre inalcanzable.

Como estoy condenada a vivir insatisfecha, escribir me permite unir mis pequeñas insatisfacciones a través de hilos diversos. Así me tejo una red que, como tal, no sirve para un carajo (al menos no seré yo quien lo decida) pero me hace sentirme menos sola. Sé que estoy sola, pero a veces me gusta jugar a que no lo estoy. Es un estado de inmadurez permanente.

2/3

A la soledad la contenemos. La palabra, en cambio, nos contiene a nosotros.

La ausencia de palabra es la muerte propia. La ausencia de lectura supone la muerte de los otros.

Morimos muchas veces. La primera, solos. Las demás, también.

3/3

Los músculos de R. son hermosos.

Si habitásemos un vetusto pasado homínido, R. y su anatomía celebrarían cazando mamuts el  triunfo de la selección natural sobre profundos e insoldables mares de tiempo.

Yo se lo dije algunas veces, pero con otras palabras.

En esta época donde que la fuerza de R. es de uso limitado en escenarios precisos, su más deslumbrante actuación (a mi parecer) consistió siempre en emplearla contra, sobre o debajo de mí: un juego de naturaleza beligerante en el que las diferencias de tamaño entre tríceps y deltoides se hacían más obvias que nunca.

Sin embargo, por más evidente que fuese la estampa, a mí me gustaba preguntarme cuánto de fuerza y cuánto de palabra intervenía en aquellos combates danzados. Especialmente cuando –a pesar de toda lógica- mi endeble musculatura resultaba, por decirlo de algún modo, vencedora.

 

Con L. las cosas las cosas fueron un poco distintas. Nuestros cuerpos son gemelos.

Todos sabemos que las fuerzas iguales, si pretenden desafiarse una a la otra tirando de la cuerda, se anularán entre sí.

Por eso, el uso de la fuerza entre L. y yo fue siempre simbólico, como cuando simbólicamente le tomé la muñeca para impedir que se arrojase a la peligrosa madrugada mexica tras una discusión dionisiaca, y más o menos alegóricamente empujé su cuerpo tan hermano del mío contra la pared para pedirle que por favor no se fuera. Pero con otras palabras, claro.

La física es inviolable si uno se limita a sus leyes.

Me gusta recordar con la intuición de que en todas las frases y discursos -sea cual sea su naturaleza o tono- yace una misma súplica infantil, una motivación primigenia que se gesta quizás en los llantos de cuna. A veces es difícil de rastrear. Otras, tan desesperada que no puede verbalizarse sin rodeos, como (afortunadamente) les sucede a los mejores escritores que conozco; y como (sin fortuna) les ocurre también a los peores enemigos de todo bienestar, público o privado.

Máster en Creación Literaria. Ejercicio. Curso: Ensayo y No Ficción. Categoría: ensayo rapsódico. Profesor: Domingo Ródenas. Universidad Pompeu Fabra.

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Retrato de Virginia

Señora de perfil eterno. Los ojos oscuros (pupilas de agua salvaje) buscan todavía tramas sutiles, apenas por debajo del ecuador. Usted no fue siempre un retrato. La mayor parte del tiempo los fue todos.

Y la mano, otro tema. Dedos largos -¡no de pianista, sino de escritora agigantada que jugó con los siglos!-, importantísima mano para sostener la pluma y enmarcar el rostro rectangular, que pudo ser un jardín donde floreciesen todos los pétalos y germinasen las semillas más ambiguas.

Las orejas, atentas, contuvieron cada eco del mundo, incluso los que permanecieron en silencio, sin dialogar jamás con otros tímpanos. Sus orejas aún parecen –tan largo es el antehélix- escuchar nuestras voces.

Pero cuando miró de frente su nariz inauguró caminos descendentes sobre los labios del deseo, ligeramente separados, permitiendo el flujo del lirismo. Todos los ríos conducen a su frente tranquila (a veces también la atraviesan).

Y el peinado de su juventud, partido en dos, reaparece en primavera sobre las copas de los árboles, unas veces serenos; otras furiosos, enloquecidos.

Máster en Creación Literaria. Ejercicio. Curso: Ensayo y No Ficción. Categoría: retrato escrito. Profesor: Domingo Ródenas. Universidad Pompeu Fabra.

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